Costo por inhibición

 

65.

Mis sentidos están al límite. No debería de estar conduciendo en este estado. Mis dedos no pueden coordinarse entre ellos mientras los azoto contra las teclas. Mi cara esta adormecida, pero estoy seguro que un golpe en la nariz podría hacerme querer estar muerto. Necesito seguir. Necesito estar despierto. No puedo parar. No tengo permitido parar. Nadie me dejaría parar, a menos que sea inútil para ellos. Pero si solo soy parcialmente inútil, no me dejarían parar.

65.

Es increíble que esto sea legal. Es aun más increíble que sea legal despedir a alguien con mi condición si se llegasen a enterar de la misma, solo por no querer lidiar con un “loquito”. Con un “chisqueado”. Con un “pinche payaso”. En días como estos, es más sencillo que una relación empleado-jefe: yo necesito dinero, ellos tienen dinero. Sé hacer lo que ellos necesitan que alguien más haga por ellos para que, de manera renuente, me den ese dinero que creen merecer. Ese dinero con el que son un peligro para sí mismos. Todos los días, mi vida está en peligro. Mi calidad de vida depende de qué tan sensible este su ego por las mañanas. Bonos de puntualidad. Bonos de asistencia. Bonos por favoritismo. Bonos por ser sobrinos. Bonos por una mamada bajo el escritorio.

65.

Perdí la cuenta de cuantas puertas se me han cerrado por ser joven. Por viejo. Por pendejo. Por inteligente. Por no ser pariente de alguien. Por ser hombre. Por miedo a que sea un loco de mierda. Prefieren contratar a un imbécil manso que a alguien capaz y humano. No creo ser alguien fuera de lo ordinario. No creo tener más problemas que cualquier otra persona en mi situación, o para mi edad. O en mi generación. Si hubiera nacido veinte años antes, o veinte años después, probablemente no estaría pasando por estas pinches vicisitudes tan denigrantes.

65.

“Si no te sangran las manos en una mina de carbón, no es trabajo”.

“Si no sacas provecho de tu cuerpo, eres un pendejo”.

“Si no te aprovechas de los que están a tu alrededor, siempre vas a ser jodido”.

65.

“Ponte a mamar vergas: chingo a mi madre que con eso haces dinero, si o si”.

“Ponte a vender drogas: siempre va a haber pendejos que se quieran envenenar. Con eso sales de pedos”.

“Ponte con quinientos pesos en una tanda, y cuando vayan por los cuatro mil pesos, vete a otro estado con la lana y cambia de teléfono”.

65.

No entiendo a las personas que me rodean. En ocasiones, como esta, detesto a quienes me rodean. Me da asco la manera en la que se expresan de sus semejantes. Tantas personas opinan lo mismo entre ellas que parece que también es su opinión sobre sí mismos. No entiendo qué es lo que debería de hacer: ya me he desprendido de todo lo que, en un momento u otro, podría causarme una dificultad mayor. Me hice estéril, preferiría quitarme un riñón que casarme, me entregué por completo a mi carrera, al estudio y a mi trabajo.

65.

Fui realista desde un principio: no todos los problemas se resuelven con el desprendimiento. Ni con indiferencia. Muchos sí, pero algunos no. Siempre habrá problemas, de una manera u otra. Algunos no se pueden tocar, otros sí. Otros no se pueden cuantificar, y otros sí. ¿Cuales problemas afectan más a ciertos individuos? Depende enteramente de ellos. Llevo diez años conociendo a un tipo que siempre se ha quejado de que nunca puedo ser feliz. Hasta hace poco me di cuenta que no tenía porque odiarlo por decir eso sobre mí. Al menos me lo decía en mi cara. Tal vez sea su manera de intentar ayudarme. Nunca me llegué a sincerar con él, sobre todos los problemas que me acechan cuando cierro los ojos, a punto de dormir. Nunca he creído tener razón para hacerlo. Me gusta la intimidad con otras personas, pero es algo terrorífico de tener con la persona equivocada. Ese es un miedo universal para los humanos.

65.

Cualquier cosa me golpea en el estomago como un block de cemento. Detesto la sensibilidad, pero dependo de ella para muchas cosas.

65.

Solo quiero dejar de pensar, por cinco minutos, sin necesidad de estar dormido.

65.

Me da mucho miedo que este sea el resto de mi vida.

65.

A veces quisiera no ser yo mismo.

65.

Solo me faltan 65 pesos para poder comprar mi pedacito de tranquilidad. Es todo lo que cuesta, para mí. Depende de la farmacia, claro, pero cuando estoy como estoy en este momento, cualquier lugar es bueno.

65.

No puedo sentir mi espalda, y siento vértigo al ver pasar a la gente. Esto debería de ser ilegal. Es una nueva forma de esclavitud mental. Ocho horas al día, seis días a la semana, cincuenta semanas al año, hasta que tu cuerpo se rinda o decidas que ya fue suficiente.

65.

El rechazo, de cualquier tipo, no puede anestesiarse con nada. El dolor es una constante, todas y cada una de las veces.

65.

No puedo sentir nada, y al mismo tiempo, resiento las últimas cuatro horas en su totalidad.

 


Comentarios

¡Checa estas otras entradas!